Cuando no satisfacemos nuestras necesidades solemos quedarnos frustrados y resentidos. Constantemente estamos teniendo necesidades. Beber, comer, orinar y defecar son necesidades primarias que nos son fácilmente identificables y (salvo extrema pobreza, prostatitis o estreñimiento) realizables. Cuando tenemos sed, por ejemplo, sucede que en primer lugar notamos sequedad en la boca (sensación), tras esto nos damos cuenta de que necesitamos beber (conciencia), nos preparamos para ir al grifo (energetización), caminamos hacia él (acción), bebemos (contacto) y nuestra sed queda saciada (retirada).
No solemos tener problemas para satisfacer necesidades de este tipo. Ahora bien, supongamos que lo que necesitamos es satisfacer otro tipo de necesidad. Por ejemplo expresarle a nuestra pareja que no nos apetece ir de compras con ella o que no soportamos pasar una tarde de domingo viendo a ese equipo de futbol que tanto le gusta. O supongamos que necesitamos pedir a ese vecino que tiene cara de matón que deje de hacer tanto ruido. Estas pueden ser necesidades cuya satisfacción mejore nuestra calidad de vida y en muchos casos, en lugar de cubrirlas, “aceptamos” acompañar a nuestra pareja a dónde no queremos ir quedando resentidos y malhumorados por ello, o despotricamos del vecino porque no sale de él adivinar que estamos estudiando y necesitamos silencio. Siempre es más fácil enfadarse con alguien que asumir que tenemos miedo a su reacción y que nos faltan recursos para enfrentar ese miedo. El caso es que, dependiendo de en qué momento “decida” cortar la satisfacción de mi necesidad, estaré recurriendo a un mecanismo neurótico u otro. Supongamos que lo que necesito es decirle a mi pareja que no quiero ir a un determinado lugar con ella.
Confluencia
Si ni tan siquiera me permito tener la sensación de incomodidad por tener que ir estaré haciendo uso de la confluencia, esto es que en lugar de guiarme por mis sensaciones estaré convencido de que mis necesidades son las de mi pareja, confluyendo con ellas y no pudiendo despegarme (retirada) para sentirme a mí mismo.
Introyección
Si llego a tener la sensación de incomodidad pero no me permito tomar conciencia de a qué se debe tal sensación incómoda, lo más probable es que me encuentre influido por algún introyecto (o idea inculcada) del tipo: “un buen marido no deja sola a su mujer” o “una buena mujer debe estar siempre con su marido” o “hay que ceder en todo para que las parejas funcionen” o cualquier otro pensamiento que de manera más o menos explícita haya recibido durante mi crianza. El resultado suele ser un malestar de origen desconocido: “estoy agobiada y no sé por qué” o “no entiendo por qué me encuentro mal si no tengo motivos”.
Deflexión
En caso de que llegue a tomar conciencia de mi malestar ante la idea de acompañar a mi pareja pero algo me impida ser completamente honesto con ella, ya sea porque no soporto discutir y evito a toda costa cualquier situación que pueda ser conflictiva o porque creo que si se lo digo me abandonará (o por cualquier otro motivo) lo más probable es que opte por deflectar, esto es desenergetizarme, anestesiarme para evitar un contacto real con mi pareja en el que mostrarme con transparencia. Por ejemplo podría actuar con diplomacia o ponerme a hablar sin parar acerca de cualquier tema insustancial. En cualquier caso estaré desoyéndome después de haberme oído, evitando así sensibilizarme demasiado para no tener que hacer algo al respecto.
Proyección
Si después de tener la sensación de que no quiero ir, tomar conciencia de ella y activarme para tenerme en cuenta decido echarme atrás, antes de la acción, estaré recurriendo a las proyecciónes. Esto es quitarme la responsabilidad de mi propia activación (de mi propio malestar en este caso) y ponérsela a mi pareja. Concretamente se la podría poner pensando cosas como: “siempre tiene que estar pidiéndome que le acompañe a todas partes, parece que no sabe hacer nada solo” o “qué egoísta es, solo piensa en ella”. Con esto yo me evitaría asumir que me quedo jodido porque me faltan recursos para poder decir lo que quiero o no quiero hacer, siendo más fácil para mí enfadarme con ella.
Introyección y proyección son las dos caras de la misma moneda y, como bien dice Francisco Peñarrubia, ambos mecanismos “mantienen una relación de proporcionalidad compensatoria”. Es decir que proyectamos la polaridad de lo que introyectamos. Dicho en cristiano: Si me inculcaron que debo ser siempre simpático acusaré y criticaré duramente a los antipáticos, es decir, a los que me muestran esa parte de mi (mi enfado o antipatía) que tengo rechazada y que no me permito mostrar. En el ejemplo de la pareja yo la acuso (proyección) de egoísta, que es exactamente lo que no me permito ser si le digo que no me apetece acompañarla, debido a que pienso que lo que está bien es ceder (introyección).
Retroflexión
Retroflectar implica pasar a la acción, pero no a una acción cuyo fin es tomar contacto con el ambiente exterior (en este caso mi pareja) para satisfacer las necesidades de mi organismo sino a una acción en contra de mi propio organismo, una acción auto-destructiva que me evita tener que relacionarme con los demás. Así podría, por ejemplo, reprocharme haber deseado hacer otra cosa en lugar de acompañar a mi pareja (“qué egoísta puedo llegar a ser”) e incluso somatizar en forma de úlcera si es mucho el estrés y el tormento al que me someto.
Casos aún más extremos y patológicos de retroflexión suponen la auto-agresión física de forma consciente e intencionada, por ejemplo, provocándose leves cortes en la piel, introduciéndose piedras en el calzado o, en su máxima expresión, suicidándose.
Conclusión
Mi pretensión al escribir este artículo ha sido básicamente describir algunos de los mecanismos neuróticos a los que recurrimos con frecuencia y, para ello, he descrito diferentes posibles reacciones ante una misma situación. Quiero aclarar que no hay fórmulas mágicas para conseguir que no se enfade nuestra pareja. Sin embargo sí es posible adquirir una actitud a través de la cual no nos responsabilicemos de sus enfados ni la responsabilicemos de los nuestros. Si me apetece que me acompañe a algún sitio y ella no desea venir es muy posible que no me agrade que me lo diga sin embargo estaré siendo respetuoso con ella si, en lugar de tratar de manipularla con mi enfado para ver si así hago que cambie de opinión, no pierdo de vista su derecho a decidir a dónde quiere ir y acepto que ella no ha venido a este mundo a cumplir mis expectativas, es decir que ni ella ni nadie tiene por qué cargar con mi frustración porque las cosas no sean como yo quiero.
Por Fernando Alcina